Pablo Parenti destacó que
“el trabajo de Abuelas es
espectacular, admirable”.
Imagen: Carolina Camps
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PABLO PARENTI DESTACO LA NECESIDAD DE ENCONTRAR A LOS NIÑOS
APROPIADOS DURANTE LA DICTADURA
El coordinador de la unidad fiscal especializada en casos de
apropiación de niños habló con Página/12 sobre el trabajo que allí realizan.
Repasó los avances de las investigaciones y también las dificultades que
enfrentan.
Por Alejandra Dandan
La Unidad especializada en casos de apropiación de niños
durante el terrorismo de Estado lleva un año de trabajo. En ese tiempo, impulsó
20 denuncias judiciales con elementos suficientes como para pedir las pruebas
de ADN. Y logró reducir los tiempos de investigación de dos años a cinco meses.
Algunos de los resultados, sin embargo, no son tan sencillos de medir. Hay una
apuesta a diseñar una metodología para trazar regularidades en un campo que
estuvo muy marcado por el avance “caso por caso”. Articular trabajo en todo el
país. Rescatar y “resguardar” archivos. Y hacer de esto una política de Estado.
Pero además hay una batalla cultural todavía pendiente. Pablo Parenti es
coordinador de la Unidad y sugiere que una de las dificultades para avanzar es
que los mecanismos de apropiación y de tráfico de personas en la Argentina
“fueron un fenómeno muy grande y con un nivel de aceptación social muy
importante”. “Eso dificulta también la llegada a la información –dice– porque
si fuera una conducta socialmente repudiada enseguida alguien lo denuncia.”
Parenti coordinó la Unidad de investigación de crímenes de
lesa humanidad de la Procuración entre 2007 y 2012. Y desde entonces coordina
el armado de este nuevo espacio impulsado por la Procuración, que intenta
potenciar una demanda pendiente y el trabajo que históricamente realizó Abuelas
de Plaza de Mayo. En la Unidad hay antropólogos y abogados expertos, algunos
pasaron por Abuelas o el Equipo Argentino de Antropología Forense (EAAF). La
Unidad tiene tres áreas: una sigue las causas en la Justicia; otra prepara las
investigaciones preliminares que van a ingresar a la Justicia y una tercera más
compleja empieza a diseñar una metodología de investigación a largo plazo.
Parenti repasó la experiencia previa de Abuelas y la Conadi y el apoyo de la
Procuración.
–¿Todo esto implica un cambio en el sistema de Justicia?
–Hasta ahora la regla era que tramitaban los casos que
llegaban por alguna denuncia. La mayoría de los avances fueron por denuncias
puntuales sobre un caso posible. Hay que seguir con eso, pero dar un paso más:
ir a buscar los casos. Hoy tenemos 400 delitos que se están cometiendo. Y
tenemos que hacerlos cesar. Esta es la idea que hay que asumir y hacerlo en
todo el país. El ministerio público tiene presencia en todo el país. Hay que
hacerlo en todas las provincias.
–¿No se hacía en todas las provincias?
–Nos da la impresión de que en las provincias todavía no se
encaró profundamente.
–Hay una creencia de que se trata de un tema sobre todo de
Capital y Buenos Aires.
–Hicimos un estudio de los casos. Obviamente la mayor
cantidad ocurrió en centros urbanos, Buenos Aires y Capital, pero el índice de
esclarecimiento es mayor en Capital que en el interior. Abuelas tiene cuatro
filiales. No tiene presencia en todo el país. Obviamente la responsabilidad
para llegar a todos lados es nuestra, del sistema judicial, del Estado, que
somos los que tenemos presencia.
–¿Cuáles son las principales dificultades para avanzar?
–Obviamente lo ingrato de esto es que uno puede ofrecer el
mayor esfuerzo posible y el mayor compromiso, pero no puede asegurar nada del
hallazgo. Luchamos contra la clandestinidad, contra los pactos de silencio.
Contra mecanismos burocráticos que se prestaron para borrar las huellas de las
apropiaciones. Mecanismos que actuaron muchas veces por connivencia ideológica
y por relaciones con los perpetradores. Y también algo que es sabido pero lo
constatamos cotidianamente es que los mecanismos de apropiación de chicos, de
tráfico de personas, de niños en Argentina, fueron un fenómeno muy grande y con
un nivel de aceptación social muy importante. Cuando se activa un programa hay
denuncias anónimas. Se animan a decir que en el año ’76 había una mujer que
trabajaba en tal lugar y no podía tener un hijo y un día apareció con un pibe y
por ahí nadie lo denunció. Socialmente estaba muy aceptado.
–¿La apropiación entró así dentro de un mecanismo más
amplio?
–Sí, y sobre todo con ciertas justificaciones como “es mejor
que un chico esté con alguien que le dé amor y no en un instituto y
abandonado”. Justificaciones que hacían que la apropiación de niños fuera algo
con cierto nivel de aceptación. Incluso se reflejó en la jurisprudencia.
Todavía algunos jueces siguen sosteniendo que para que se dé el delito hace
falta un ánimo de causar perjuicio, como si la apropiación en sí no fuera un
perjuicio o una vulneración de derechos.
–¿Se refiere al tráfico o al contexto de la dictadura?
–En general. Pero algunos casos de apropiación en el marco
del terrorismo de Estado quizá entraron en esta lógica. Eso dificulta también
la llegada a la información, porque si fuera una conducta socialmente repudiada
enseguida alguien lo denuncia. Digo todo esto en términos generales, más allá
de la especificidad del terrorismo de Estado. Muchas personas eran de bajos
recursos. En muchos casos, actuó un mecanismo de selección en los juzgados de
menores donde actuaba una selectividad de clase.
–La dictadura suele ser pensada en términos de clase media.
¿Qué pasó en este sentido en el universo de los pobres, tienen datos ya
relevados?
–Estuvimos trabajando fuerte en un padrón de embarazadas
constatadas, de probables embarazadas, de mujeres de rango etario en esa edad.
También en maternidades clandestinas, médicos... A partir de los casos
resueltos la idea es detectar algunas regularidades o patrones si se puede,
porque no siempre se puede. Y que eso permita esclarecer causas y sea un insumo
para elaborar líneas de trabajo. Si uno distribuye geográficamente los casos,
por ejemplo, puede saber dónde poner más energía y qué lugares priorizar. Pero
todo esto es parte del trabajo que hay que realizar. Es muy difícil. Buscar
agujas en inmensos pajares. Hay cantidad de archivos. Podemos definir líneas
que nos parecen prioritarias, pero las vamos a definir con otras instituciones.
Obviamente con Abuelas, la Conadi, pero además con las provincias, porque hay
muchos registros y archivos judiciales ahí.
–Parece titánico el rastreo todavía pendiente.
–Pero justamente cuando hablamos de políticas de Estado
hablamos de esto. Hay que trabajar en las huellas que pudieron haber quedado.
Recuperarlas. Asegurarlas, porque no todas están aseguradas. Historias
clínicas, registro de nacimientos, certificados de nacimiento, inscripciones,
expedientes judiciales de adopción, de guardas. Es una tarea muy difícil, pero
no podemos quedarnos esperando a que lleguen denuncias.
El legado
–¿Qué sumó la Unidad al trabajo que ya venía haciendo
Abuelas?
–El trabajo de Abuelas es espectacular, admirable. Y además
es muy bueno desde lo técnico. La mayor parte del esclarecimiento de casos vino
de ahí. También hay un trabajo de la Conadi. Hubo otra gente. Familiares que
hacen sus investigaciones. La idea es complementarnos y fortalecer todas esas
actitudes de búsqueda. Para Abuelas es difícil acceder a documentación porque
no tiene fuerza coactiva. Es un organismo de derechos humanos. Una
investigación de Abuelas llega hasta un punto porque no puede avanzar, en ese
sentido sería bueno poder hacerlo. Y por supuesto aprender de toda la
experiencia. Participamos en esto con mucho respeto por lo que se hizo. Sabemos
que somos un actor más. Y que es una tarea colectiva. Sí podemos aportar cosas
específicas.
–Las denuncias que ustedes reciben llegaron de Abuelas,
Conadi, particulares y la mayoría del Fondo de recompensas. ¿Funciona esa
herramienta?
–Muchos casos llegan por esa vía, pero muchísimos pueden ser
casos de tráfico. Hay que investigarlos pero no tienen el nivel de selección de
la denuncia que hace Abuelas. En Abuelas hay un trabajo previo, pero de todos
modos nunca se sabe.
–Ustedes cuentan hasta ahora unas 140 personas entre
procesados y condenados. ¿Hay nuevos perfiles?
–Como en todas las causas de lesa humanidad, las
investigaciones pusieron el foco en actores estatales más allá de los actores
tradicionales que estuvieron en la represión directa. Médicos, actores
judiciales. Gente que estuvo en hogares de menores. Hubo avances con algunos
jueces o funcionarios. En Santa Fe, está elevado a juicio el caso del juez (de
menores Luis) Vera Candioti. En Lomas de Zamora avanzó el caso de los hermanos
Ramírez con varios indagados y procesados de la secretaría del juzgado, y hubo
un muy buen trabajo de la fiscalía.
–¿Para avanzar en todo el país coordinarán trabajo con otros
fiscales?
–Tuvimos reuniones. No sólo para que se aplique el Protocolo
sino para encontrar los casos que faltan. Eso no lo puede hacer la Unidad, hay
que articular con cada provincia. Son delitos que se siguen cometiendo. Son
personas que están viviendo hoy bajo una identidad producto de la desaparición
de los padres y técnicamente son desaparecidos. Estamos buscando 400
desaparecidos con vida cuya cárcel es la mentira. La persona no puede salir de
ahí, ni la podemos encontrar porque hay una mentira en el medio. Y hay una red
de complicidades, de pactos de silencio. A veces los casos negativos pueden
ayudar a movilizar una sociedad que es la que tiene la información. De estos
delitos hay muchos testigos. Personas que se tienen que haber enterado. Tenemos
la esperanza de que acciones de búsqueda movilicen a personas que tienen
información y puedan hacerlas llegar. Yo estoy muy contento porque es muy
motivante. Es restablecer un vínculo que rompió la dictadura.
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